11.4.07

¿El secreto del triunfo? Ponerse fea, parecer desagradable


Por lo que cuenta la prensa el estreno de la película de Olivier Dahan sobre la cantante francesa Edith Piaf debe ser inminente. Yo no tengo ni idea del tema, más allá de las cuatro cosas habituales, pero convivo con dos entusiastas de la chanson française -que me hostigan por mi desconocimiento y me vacilan marginándome de sus conversaciones en lengua transpirenaica- y la curiosidad me hará pasar por el cine, seguro.

Para interpretar a la celebérrima artista han contado con Marion Cotillard, a la que hasta ahora sólo he visto en alguna de la saga Taxi -la única que he visto, la 1 o la 2, no recuerdo-, Largo domingo de noviazgo y Big Fish, y que tiene como más reciente estreno en España la última de Ridley Scott. El motivo de esta entrada se basa en una presunción: que a partir de ahora esta bellísima actriz será tomada más en serio. Y es que no hay cosa para una actriz como afearse físicamente, sobre todo, y en menor medida interpretar papeles muy dramáticos, para ser reconocida. Ojo, que no prejuzgo para nada la labor de Cotillard porque sería absurdo sin haberla visto, y además preveo que seguramente desempeña su tarea de manera muy meritoria. Lo que me llama la atención es que se minusvalore, en primer lugar, a las actrices hermosas, sobre las que por el mero hecho de serlo ya se tienen ciertos recelos, prevenciones e incluso aprensiones y, en segundo lugar, determinados géneros.

Como algunos sabéis, porque lo hemos compartido, he hecho mis pinitos delante de las cámaras, con catastróficos resultados. Actuar es muy complicado, es cierto. Pero la adecuación a un papel lo es tanto como el papel en sí. Por ejemplo: para mi Bruce Willis es la hostia en Jungla de Cristal. Hacer una película de acción requiere, seguro, menos matices y variedad de registros que otros papeles en distintos géneros, pero el detective John McClane es una creación única. Un bruto, un macarra desastrado que persigue y mata a malos haciendo chascarrillos, sí, nada más. Y nada menos que John McClane, el epítome del poli bueno que puede ser la aspiración de cualquier chaval, el colega con el que nos encantaría ir de farra. Un gran personaje que Willis no interpreta, sino que encarna. Pero darle un premio serio un sacrilegio.

Y algo parecido ocurre con la comedia. Hacer reir es una de las cosas más difíciles y loables del mundo. Pero parece que andamos culposos por algo indefinible y que lo que más agradecemos es que nos ayuden a ejercitar el lagrimal. Debe haber algún estudio sobre eso.

El caso es que actrices como Nicole Kidman, Charlize Theron, Halle Berry o Reese Whiterspoon, por citar algunas de las ganadoras del Oscar más recientes, obtuvieron el espaldarazo crítico unánime a raíz de esconderse bajo capas de maquillaje o meterse en la piel de mujeres desgarradas y heroicas.

Reivindico la ligereza. Por pedir que no quede.

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