9.4.07

Alienación social y lucha de clases vista a través de una felación a Alexander Portnoy

Lo que Sally no podía hacer era mamarme. Disparar una escopeta contra un pato está muy bien, chuparme el pene es algo superior a ella. Lo sentía, decía, si yo me lo iba a tomar tan a pecho, pero era algo que ella no quería probar. Yo no debía comportarme como si se tratara de una afrenta personal, decía, porque no tenía absolutamente nada que ver conmigo como individuo...Oh, no ¿eh? ¡Un cuerno, nenita! Sí, lo que tanto me encolerizaba era precisamente mi creencia de que yo estaba siendo objeto de discriminación. Mi padre no podía ascender en la Boston & Northeastern por la misma razón por la que Sally Maulsby se negaba a echarse sobre mi. ¿Dónde estaba la justicia en este mundo?(...)"Yo te lo hago", le decía. La Peregrina se encogía de hombros, me decía amablemente: "Pero no tienes por qué hacerlo, ya sabes. Si no quieres...". "Ah, pero es que quiero. No es cuestión de tener que. Yo quiero hacerlo." "Bueno -respondía ella-, yo no". "¿Pero por qué no?" ."Porque no". "¡Ésa es una contestación de niña, Sarah...! ¡Dame una razón!." "Yo...simplemente no hago eso, eso es todo". "Pero eso nos lleva a lo mismo. ¿Por qué?". "No puedo, Alex. Simplemente, no puedo." "¡Dame una sola razón!" "Por favor -replicaba ella, conociendo sus derechos-, no creo que tenga que hacerlo".
No, ella no tenía que hacerlo, porque para mí la contestación estaba ya bastante clara de todas formas: Porque tú no sabes orzar una embarcación ni qué es un foque, porque nunca has tenido trajes de noche ni has estado en un cotillón...Sí, señor, si yo fuera un rubio goy (gentil, en yiddish) con traje de montar y botas de caza de cien dólares, no se preocupe, ella estaría ya mamándome, ¡oh, estoy seguro de ello!
Estoy equivocado. He pasado tres meses ejerciendo presión sobre su nuca (presión que encontraba una sorprendente resistencia, una impresionante e, incluso, conmovedora exhibición de obstinación viniendo de persona tan dulce y poco combativa), durante tres meses la he asaltado con argumentos y la he estirado de noche de las orejas. Luego, una noche, me invitó a oir el Cuarteto de Cuerda de Budapest interpretando a Mozart en la Biblioteca del Congreso; durante el movimiento final del Quinteto de Clarinete, ella me cogió de la mano, empezaron a brillar sus mejillas, y, cuando volvimos a su apartamento y nos metimos en la cama, Sally dijo: "Alex...lo haré". "¿El qué?" Pero ella se había sumergido ya bajo las sábanas y estaba fuera de mi vista: ¡chupándome! Es decir, tomó mi pene en su boca y lo retuvo allí durante el tiempo que se tarda en contar hasta sesenta, exactamente igual, doctor, que si tuviese un termómetro. Yo aparté las mantas...¡tenía que ver aquello! Sentir no había mucho que sentir, pero ¡oh, la vista de ello! Sólo que Sally había ya terminado. Se lo había puesto ya a un lado de la cara, como si fuera la palanca de cambio de su Hillman-Minx. Y había lágrimas en su rostro.
-Lo hice -anunció.
-Sally, oh, Sarah, no llores.
-Pero lo hice, Alex.
-¿Quieres decir -exclamé- que eso es todo?
-¿Quieres decir -respondió entrecortadamente- que hay más?
-Bueno, para serte franco, un poco más. Quiero ser sincero contigo, esto pasaría inadvertido...
-Pero se está poniendo grande. Me ahogaré.
UN JUDÍO ASFIXIA CON EL PENE A UNA DEBUTANTE, Graduada de Vassar víctima de estrangulamiento.
-Si respiras, no.
-Sí, me ahogaré...
-Sarah, la mejor protección contra la asfixia es respirar. Tú respira, y no te preocupes de más.
Dios la bendiga, lo intentó. Pero salió con náuseas.
-Ya te lo he dicho -gimió.
-Pero no estabas respirando.
-No puedo, con eso en la boca.
-Por la nariz, haz como si estuvieras nadando.
-Pero no lo estoy haciendo.
-¡FÍNGELO! -sugerí, y, aunque ella lo intentó valientemente otra vez, emergió sólo unos segundos después, congestionada, tosiendo y bañada en lágrimas. La cogí entonces entre mis brazos (aquella encantadora y dispuesta muchacha, convencida por Mozart para mamar a Alex, oh, dulce como Natacha en Guerra y Paz, tierna y joven condesa). La mecí, la acaricié, la hice reír, le dije por primera vez "yo también te quiero, nenita", pero, naturalmente, no podía estar más claro para mí que pese a sus abundantes cualidades y encantos -su entrega, su belleza, su gracia felina, su puesto en la Historia americana-, no podía haber en mí ningún "amor" hacia La Peregrina. Intolerante con sus flaquezas. Celoso de sus éxitos. Resentido con su familia. No, no había allí mucho espacio para el amor.

Philip Roth, El lamento de Portnoy

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me causa curiosidad lo que precede y lo que sigue a este trozo que nos pones. Por lo visto ibas a tiro hecho con el libro...jo, sabes con estas cosas te das cuenta que el mal no se reduce a Jack el destripador. Estoy segura que no vas a estar de acuerdo en mi reflexión, intuyo que porque Portnoy te cae simpático e incluso- quien sabe- te identificas en algo con él. El episodio es gracioso, no me desternillo, pero me recuerda al ji-ji del humor negro. Sin embargo, reconozcamoslo, por lo que se ve en este extracto Portnoy es un cabronazo. Sí quizá un cabronazo pasivo, pero un cabronazo al fin y al cabo. Puede que ni él se dé cuenta.

R. dijo...

Ya sabía yo que entresacar un fragmento humorístico podía generar malentendidos. Portnoy es en verdad un tipo con un conflicto identitario, social e individual, enorme, y un hombre que sufre. Como todos tiene deseos, pero a un nivel tan consciente, es tan poco capaz de autoengañarse, tan crítico consigo mismo, tan impío hacia su persona...Yo le admiro, vamos. -en la uam lo tienen en inglés, cris, por si te interesa-.