24.3.07

Eric Hobsbawm


"Si es cierto, como se ha afirmado, que los escritores que estamos dispuestos a llamar maestros son aquellos que nos dan la impresión de que, al cabo, han dicho lo que nosotros creíamos tener en la punta de la lengua pero éramos incapaces de expresar, aquellos que pusieron en palabras lo que para nosotros eran sólo formulaciones incoativas, tendencias e impulsos de la mente, en ese caso me congratula enormemente reconocer a Wittgenstein como mi maestro. O uno de ellos, al menos".

La cita es del recientemente fallecido Clifford Geertz -tal vez el antropólogo más influyente en el mundo anglosajón en los últimos cuarenta años, junto a Marvin Harris- en Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos. Cambiando al filósofo austríaco por el historiador británico las podría hacer mías.

El pasado lunes encontré en la Casa del Libro de Gran Vía Guerra y paz en el siglo XXI, el hasta ahora último libro del casi nonagenario historiador que pasa por ser el más leído del mundo. Llamarle maestro implicaría una inexactitud además de una irritante presuntuosidad por mi parte, que ni puedo ni debo considerarme discípulo, pero en conciencia puedo reivindicar la menos comprometedora categoría de seguidor, por darle un nombre al indudable vínculo que desde hace años establecí por mi cuenta y riesgo con el viejo estudioso.
Miembro de una tradición académica tan venerable y reputada como la de las grandes universidades inglesas y de una generación tan deslumbrante como la que constituyeron los marxistas británicos en origen agrupados en torno al Partico Comunista de Gran Bretaña, Hobsbawm se destacó por la mayor ingencia de su trabajo, por la preeminencia en la atención y el interés que suele despertar la contemporaneidad, la constancia de su compromiso político y la proyección pública que supo darle a su labor. Quizás sin el carisma de E.P. Thompson, pero apoyado sobre los mismos sólidos valores y principios éticos y académicos, de su mano hemos podido conocer las formas de resistencia social arcaicas persistentes en socidades industriales o en camino de serlo -Rebeldes primitivos, Bandidos-, adentrarnos en los mecanismos de funcionamiento, creación y recreación de los movimientos y las identidades nacionales -Naciones y nacionalismos desde 1780, La invención de la tradición-, comprender los impulsos, fundamentos y resortes de las revoluciones política y económica -En torno a los orígenes de la revolución industrial, Los ecos de la Marsellesa-, obtener estimulantes reflejos de la historia social y cultural -El mundo del trabajo, Gente poco corriente- y un emocionante testimonio de compromiso con las ideas progresistas -Para una izquierda racional, Entrevista sobre el siglo XXI, Entrevista a Giorgio Napolitano-.

Pero, en eso hay pocas dudas, Hobsbawm será recordado por un tríptico fundamental: La Era de la Revolución, La Era del Imperio y La Era del Capital, posteriormente prolongado con La Era de los Extremos (Historia del siglo XX), lugar ineludible para la ciencia histórica.


Su nuevo trabajo, considerando lo poco rumbosas que son las bibliotecas públicas y no queriendo sucumbir al impulso de la acción directa para una rápida socialización de los bienes materiales, tardaré un tiempo en leerlo. Pero si algún alma caritativa desea cultivar su generosidad conmigo no le pondré reparo alguno.

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