26.7.06

21 gramos


En la sección "Un Boyero de Garrafón" el tito Antonio comenta 21 gramos, tatachán, tatachán -y ahora un gato maúlla-.
A veces uno siente la obligación casi moral de ver determinadas películas cuando se considera amante del cine. Pero tener o percibir algo como obligatorio y acatar la que sentimos como prescripción no está asociado a ninguna satisfacción a priori más allá del hecho mismo de cumplirla (ois, madre mía, hoy estoy de un deontológico que te mueres, nena). Y con 21 gramos ocurrió esto mismo. Vamos, que no me gustó.
Amores perros, la anterior película de González Iñárritu con guión de Guillermo Arriaga, me resultó interesante aunque algo descompensada. El montaje a lo Pulp Fiction -y no tanto a lo Reservoir Dogs; por cierto, me encanta la palabra "reservoir", sobre todo cuando la canta el gran Springsteen, el trovador de Jersey, el cantor de América, en The River: "But I remember us riding in my brother's car/ Her body tan and wet down at the reservoir..."- está la hostia de bien cuando tienes el guión de Pulp Fiction -quien lo diría-, historias cuya trabazón es coherente, desarrolladas de manera suficiente y equilibrada y cuya confluencia necesaria no chirríe. Amores perros se alargaba de manera inexplicable en algunos momentos y el azar tenía más papel justificativo del que debiera. Pero era visualmente potente, las historias independientemente consideradas eran contundentes, demoledoras a veces, pero sobre todo accesibles a nuestra capacidad de empatizar, y el montaje correcto, y fuera de la brillantez sólo por la descompensación del guión ya mencionada.
Por eso tenía que ver 21 gramos. Y por el pedazo de reparto. Y porque en el videoclub alguien se me había adelantado privándome de la oportunidad de volver a ver Los Tres Entierros de Melquíades Estrada, de la que algo habrá que decir también.
Mas cual no sería mi desolación cuando lo que en principio interpreté como una rápida presentación de caracteres y situaciones se convertía en estilo narrativo, consistente en cortísimas secuencias que te embarcan en un atosigante vaivén de personajes, historias y tiempos que no conceden a uno la ocasión de penetrar en lo que se le cuenta.
Pero el principal problema de la película es que está deliberada y declaradamente concebida para provocar determinadas emociones -algo de lo que adolece de igual modo, por ejemplo, Crash-, y para conseguir ese objetivo intenta manipular al espectador con un montaje que lleva de manera insistente de la cotidianidad apacible al drama desatado, del cuadro familiar a la atormentada soledad, del amor a la venganza, de la vida a la muerte. Notaba tanto que pretendían conmoverme que me resultaba imposible hacerlo. Más aún cuando se busca la mayor tragedia imaginable, nada de medias tintas.
También se intenta hablar del amor, de la culpa, de la venganza, pero todo ellos se encuentra más en el trabajo de los actores y en la asimilación que hacen de las intenciones nominales de los autores que en la historia contada, pues por su ansias de conmover olvida los instrumentos que ha de utilizar para hacerlo; o sea, que el argumento termina por resultar una excusa para patearte el alma con efectismos varios.
Eso sí, Sean Penn debería ser el padre biológico de mis hijos y Benicio del Toro la madre, reservándome para mi lo de padre putativo. Ambos están magníficos, aún más soberbio Penn. Naomi Watts me parece una actriz espléndida, pero su papel, que hace muy bien, me resulta plano o, cuando menos, poco matizado. Básicamente es una mujer rota en el 95% de las secuencias que aparece. Sus motivaciones y deseos son simples y no duda. Hace muy bien lo que le han dado para que haga, pero eso que le han encargado es un material menos complejo e interesante que lo que tienen entre manos sus compañeros de reparto.
Guillermo Arriaga gusta mucho de construir a saltos sus guiones; en ocasiones posibilita que sean inteligibles las historias, las potencia, las complejiza, les da la posibilidad de tener lecturas varias, pero en otras es algo inútil. E incluso cuando no vendría mal, el exceso en el recurso lo acaba estropeando. Para impedir eso están los directores, y el mejor ejemplo está en Tommy Lee Jones en la citada Los Tres Entierros de Melquiades Estrada, la mejor película que he visto de un año a esta parte, que pega el salto adelante cuando se torna lineal la narración, y puede apreciarse en toda su dimensión una de las más hermosas historias sobre la amistad, la justicia, la culpa, la redención y la compasión que he visto nunca.

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