
Pienso en ti, pese a saber que no eres en realidad. Te deseo como a una desconocida, de la misma forma un tanto alegre, compulsiva, despreocupada, intrascendente, quizás algo cruel, cínica y permisiva con mi intemperancia. Podríamos pasarnos toda la vida ignorantes uno del otro, pienso. Podríamos permanecer así, ignorantes, indolentes, desfallecidos, distendidos, extendidos, derramados...Deshaciendo nuestra fútil solidez y experimentando la licuefacción de nuestros cuerpos con sosegada extrañeza, no con la extasiada atención de un niño, porque no somos inocentes. Exclamo con simulado convencimiento en cada francachela: una mujer con ropa es como un cuento sin lobo, algo que puede suscitar un cierto interés pero que difícilmente logrará despertar un verdadero entusiasmo. No es suficiente la tierra que puedo poner de por medio mostrándome burdamente cáustico como para eludir este desengaño, la frustración que me hace peor. La tristeza, el dolor, sensaciones que rompen y envilecen; sutiles, taimados, aviesos intrusos engordados al albur de la complacencia autocompasiva de lo salino. El amor a las lágrimas propicia un mar de llanto en el pecho, pero el corazón no sabe nadar.
Ignorarte sabiéndote, ignorarme sabiéndome, ignorarnos sabiéndonos. Me molestaría conocerte; tampoco tú lo soportarías. Demasiadas certezas no permiten el arraigo de la verdad que ahora necesitamos, que yo necesito, que necesito que tú necesites. Si lo prefieres, es sólo una cuestión de supervivencia.
Bogar a través de este delirio de ausencias es cansado; aún así, lo prefiero a la abyección de un mundo que no me concede tu existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario