26.3.07

Románticos y prerrafaelitas



Relacionarse con los sujetos que frecuentan una clase de Análisis antropológico de la religión tiene sus riesgos. Por no se qué impulso inconfesable dirijo la palabra a una compañera sentada delante de mi. Una hora de cháchara (últimamente no doy con gente lacónica, mierda de cambio climático, digo yo). Me había dejado la botellita con zyklon b en casa, una lástima, sentía la necesidad de quitarme de en medio resaltando el dramatismo de la situación. Continuaba estudiando tras haber hecho Historia del Arte, y en cuatro o cinco cursos había tenido el retorcido gusto de aficionarse a los pintores románticos y a los prerrafaelitas. No me gustan los primeros, no tenía ni idea de los segundos. Investigo. Un horror. Ni las alitas de pollo con miel de Miles acompañando Matrix Revolutions puede equipararse a esto. Ya estoy por preguntarle cual es la causa de que la Naturaleza la haya dotado de ese gusto tan lamentable cuando, mientras buscaba una fotocopia para entregarme en su bolsón, saca Poderes Terrenales, de Anthony Burgess, en la misma incómoda pero económica edición de bolsillo que tengo yo. Mañana le pediré que sea mi Gorgo. Apuesto que a la segunda frase me suelta un "¡chitón!" o, si no, la dejo muda. Saldría ganando en cualquier caso, ergo me callaré como un cobarde. La costumbre. En el fondo soy un conservador. Y tanto.


(Arriba, La muerte de Ofelia, de John Everett Millais; abajo, Caminante sobre el mar de niebla, de Caspar David Friedrich.)

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