30.3.07

Rodia entre rejas: la verdadera historia. IV, Episodio alucinado


En nuestro recorrido hasta el objetivo marcado por el burgomaestre de la Ruritania abstracta del crimen, el Gran Polaco Bebedor, sembrábamos el caos como avezados sucesores de Alí Babá imbuídos del espíritu -y ahítos de la mirífica sustancia que se asocia con el grupo- que predicara el Viejo de la Montaña a sus nizaríes desde Alamut. La estela de estragos que dejábamos atrás, bajo el titilante aliento de las farolas, componía una sórdida elegía al vandalismo adolescente que por penúltima vez cultivábamos aquella noche estival en un distrito excéntrico de Madrid.

Poco antes de llegar a la Plaza del Liceo, lugar que nos excitaba especialmente por el antagonismo de clase con el que lo asociábamos, Maguila se detuvo, enderezó las orejas, olisqueó el aire y dirigió la mirada hacia la izquierda. Hostias, Maguila, no te nos pongas bakuninista ahora, le dije al ver que adonde miraba era la sede de IU. No, respondió, mirad abajo, el restaurante. Maguila señalaba el establecimiento de comida india situado en la planta baja del edificio y que permanecía extrañamente abierto a esas horas. Bueno, nunca está de más abrevar otro poco, masculló Calvo-antes-de-serlo, y a cuatro patas y con el vello del lomo-espalda erizado cruzó la calle con felino sigilo. ¡Aquí o abrevamos todos o la puta al río!, gritó Maguila de sopetón y salió tras Calvo-antes-de-serlo. Miré a Niño Oxigenado, que seguía llorando quejoso por el mordisco que le propinara el Gran Polaco Bebedor, tomando la decisión de abandonarle a su fervor plañidero para acompañar al sector intrépido de la cuadrilla.

Nada más empujar la puerta percibimos el olor característico de los mohosos lupanares que visitamos el año anterior en Moldavia cuando el Gran Polaco nos llevó a que conociéramos el imperio familiar que se extendía desde el Danubio al Volga. No tendríamos ningún pero que ponerle a un sitio así, por lánguido, desangelado y deprimente que pudiera resultar a simple vista de no ser por un pequeño detalle: las meretrices no se veían por ningún lado. De hecho, en el alargado y angosto local inciensado por una especie de sahumerio que pendía del techo y oscilaba indeciso y cansino en la penumbra soñolienta en que le dejaba la única luz, tímidamente rojiza, que iluminaba la estancia desde su rincón más profundo, sólo se encontraban dos siluetas aún vagas y difusamente recortadas sobre la pared a nuestra derecha que aparentaban confabular en torno a una mesilla baja, de un solo pie, colmada de lo que parecían botellas.

Con el valor que nos infundía nuestra superioridad numérica y amparados en la seguridad que ofrecían mis músculos inexpugnables, Calvo-antes-de-serlo recurrió a su vocación de heraldo escatológico para anunciar nuestra presencia con un sonoro pedo. Pero, lejos de atemorizarse o quedar intimidados, una de las dos siluetas se irguió con la parsimonia de un sabio sufí y con actitud filosófica y prestancia noteamericana replicó con semejante cuesco que tuvimos que asirnos al marco de la puerta para no salir despedidos. A Calvo-antes-de-serlo se le saltaron las lágrimas: había dado con sus iguales. Aunque sin su entusiasmo a Maguila y a mi nos tranquilizó la evidencia de estar no ante fantasmas sino personas, porque sólo los seres humano peen así. No todos los que lo son lo hacen de esa manera, pero todos los que lo hacen lo son.

Prevenidos ante otro eventual coscarro pero sin vacilación nos acercámos a la mesa donde, efectivamente, dos tipos ataviados a lo McDowell vaciaban botellines y consumían cigarros con la mirada estoica que nos traspasaba auscultando el espectáculo infinitamente interesante que encontraban, eso cabía inferir de su actitud, en la parede de en frente, que a nosotros nos parecía sin embargo tan estimulante como escuchar a Eduardo Punset disertando sobre la teoría de cuerdas -sólo sabíamos de cuerdas flojas y pobre del que intentara tensarlas-.

Cuando ya pensábamos que esos dos eran autómatas programados para beber, fumar y peer, uno de ellos empezó a lanzarnos besos y a decir entre jadeos que él era JLS Ben Yehudá y su compañero GiG, que trabajaban como figurantes en una película Egoyam y estaban editando un making off de Barrio Sésamo donde Chema sale echando un caliqueño con Don Pimpón en casa de Epi y Blas. Iban hasta el culo de tiza con sirope de chocolate Royal mezclada con mescalina y caldo de pollo Avecrem; GiG, por si fuera poco, sostenía sobre sus piernas un ejemplar del Ulyses de Joyce, lo que terminó de confirmarnos que eran unos colgados de dimensiones homéricas, mira tú que oportuno el calificativo.

Pero Calvo-antes-de-serlo mostraba una preocupante inclinación hacia ellos que trascendía su habitual gusto por arramplar con la babilla que los bebedores estirados suelen dejar en el fondo de sus vasos y botellas, permaneciendo como absorto frente a la glosolalia que JLS Ben Yehudá desmigaba como si deshojara una margarita de papel cuché que un niño regalara a su madre en el convencionalmente establecido día de éstas.

Y con esta estampa digna de una obra a cinco manos entre Altdorfer, El Bosco, Brueghel, Goya y Escher materializándose en una realidad palpable que daba al traste con nuestros planes y la cerviz sucumbiendo bajo el peso del avatar imprevisto, cuando yo ya declaraba para mis adentros la occisión trágica de nuestra empresa, la ensoñación paralizante en que nos encontrábamos empezó a deshacerse como por ensalmo, descomponiéndose y evaporándose en medio de una brisa sulfurosa que cegaba la vista y nos agitaba con convulsiones de tos áspera. Mareado, fui tanteando hasta encontrar la puerta que no cedía pese a los empellones, golpes y patadas que le propinaba. El suelo se tambaleaba y Maguila se precipitó sobre mi. Caímos al suelo, oyendo a Calvo-antes-de-serlo balbucear en una relativa lejanía. El cielo se vino abajo. Un punto áureo e incandescente se expande y se contrae sobre la superficie de un telón oscuro e impenetrable.


La ambulancia del Samur pasa a nuestro lado. Joder, puto Polaco. Se va a tomar sus pastillas la vulpeja de su ... Son más de las tres y aún no hemos llegado. Levantaos, hostias, que no dejáis dormir al pobre mendigo en su banco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mí esa foto me da tanto miedo como los de la película. Supongo que los de tu banda lograron su objetivo.... :D