8.3.07

Estilismo: el talón de Aquiles de la izquierda

No se trata de hacer "descripciones densas" en plan Geertz, pero si que, tomando su idea de la cultura como conjunto de símbolos en el que estamos inmersos, realizar una prospectiva diagnóstica de la cultura simbólica de la izquierda que pueda tener una utilidad para neutralizar algunos riesgos de su situación actual. Trataré de ser lo más irritantemente superficial posible.
Las pasadas elecciones generales las perdió la derecha por reprobación del electorado ante un burdo intento de instrumentalización de una masacre terrorista y las próximas las perderá por el comprensible temor que provocan sus discursos y actitudes. Es decir, la izquierda nominal o real tiene un problema, no suscita una adhesión positiva. También es verdad que los españoles tienen a gala poseer convicciones inamovibles y un acriticismo que les hace estar con los "suyos" a partir un piñón: aquí no se plantea cambiar su voto ni dios. La patria adalid de la Contrarreforma da a luz hijos sumarísimos. Pero seamos apátridas por un rato.
Baudrillard la ha palmado. Nos queda Vicente Verdú como baudrillardiano ibérico. Y al margen de hiperrealidades y demás, nadie deja de tener conciencia ya de que en el mundo del capitalismo de ficción el poder de la representación ha desbancado la autoridad de los hechos. La autocracia de la imagen existe. Y la izquierda, la nominal y la real, tiene un problema con eso.
Más allá de las incongruencias del mensaje y la dilución de los contenidos socialdemócratas en el programa de la mayoría de partidos socialistas europeos -a ese nivel no somos una excepción en la UE, al contrario de lo que sucede con la derecha española, que sigue siendo un elemento pintoresco a nivel continental, tal vez sólo superada por la polaca-, temas que escapan de las pretensiones de Reality Tropezones, está presente un problema de imagen.
Para ir al grano: la izquierda tiene un flanco débil de pintas. No me refiero, que podría, al incipiente alcoholismo de aquellos de mis amigos más comprometidos con la causa o a mi progresiva conversión en dipsómano cínico -habitamos en un entorno social desestructurado y hostil humanitariamente, aparte del vicio-, sino a la apariencia de quienes se toman por vanguardia, avanzadilla o cachorros del izquierdismo mayoritario, militantes, se dice que por edad, en posiciones radicales de esa parte del espectro político -recordar la frase de Willy Brandt cuando detuvieron a su hijo en unos disturbios protagonizados por la ultraizquierda alemana: "Quien no haya sido alguna vez comunista no podrá llegar a ser un buen socialdemócrata"-: la de una panda de zarrapastrosos. Cuando la familia media de nuestra sociedad mesocrática, cada vez más de teoría que de praxis, ve en la televisión una justa protesta por uno de los numerosos déficits sociales con los que convivimos y, en primer plano, observan como una turbamulta de individuos con la cara a lo Hellraiser, peinados cual Medusa, envueltos en camisas que reproducen la bandera jamaicana, leotardos a lo bruja del Mago de Oz y cascabeles en las sandalias monopolizan la atención mediática, miran a sus churumbeles con circunspecta aprensión y deciden enviarlos a un colegio concertado al curso siguiente. Los grupos mediáticos afines a la derecha, que son abrumadora mayoría, sólo tienen que reproducir hasta la saciedad las instantáneas y secuencias menos afortunadas de los poco compuestos altermundistas para caricaturizar el fenómeno y deslizar desfiguradas asociaciones e inverosímiles afinidades desde el punto de vista lógico y argumental, es decir, nimiedades ante la imagen presentada.
Por eso mi propuesta es una convención para sustituir el estilismo de nuestros entusiastas acólitos, recordarles las virtudes históricamente vinculadas a los colores apagados como el beis, marrón, crema, granate, tejidos como la pana o la lana, accesorios pseudoutilitarios como las coderas, botas camperas y barba de 5-7 días; vamos, como si uno se estuviera preparando para huir de los grises.
Las tradicionales falsas antinomias entre libertad e igualdad, individuo o sociedad, que pretende lanzar una derecha amparada en el supuesto triunfo de un liberalismo que tiende a extremarse para descalificar a la izquierda han pasado a constituirse en rotundas aporías que expresan la impostura desde la que argumentan. Pero la batalla, queridos camaradas, se gana con el atuendo y, o convencemos a los "partidarios" de que dejen de dar mala imagen, o dejamos de contemporizar la izquierda consciente y tomamos iniciativas de actuación decididas.

¿Es esto nihilismo o tontería? Un poco de todo y algo más.

2 comentarios:

NSTR dijo...

La batalla se gana de muchas formas, lo que es triste es que la gente tenga que poner la forma como valor a tener en cuenta, en detrimento del fondo.
Si se hicieran las cosas bien uno sólo valoraría si las promesas se cumplen, yo por ahora intento ver que me gusta y que no me gusta de lo que hacen lso partidos, y aunque hay cosas que hace el PSOE y que sabes que no me gustan también hay cosas que no me agradan del PP (parquímetros, continuos fallos en el metro, canon de la SGAE - que el PSOE también mantiene-). Me alegro de valorar las cosas, y no votar a ciegas, cosa que me parece una tontería como apuntas.

Saludos

R. dijo...

No, si lo que yo digo precisamente es que votamos con la vista!!!!!