El Jardín de los Cerezos, y II

...y Revolución

Ania: ¿Qué ha hecho usted conmigo, Petia? ¿Por qué ya no quiero tanto, como antes, al jardín de los cerezos? Sentía un cariño tierno por él, me parecía que en el mundo no había mejor lugar que nuestro jardín.
Trofimov: Toda Rusia es nuestro jardín. La tierra es amplia y bella, son muchos sus lugares maravillosos (pausa). Piense, Ania: su abuelo, su tatarabuelo y todos sus antepasados eran dueños de siervos, propietarios de almas vivas y, ¿es posible que no la persigan con su mirada seres humanos desde cada cereza de su jardín, desde cada hoja, desde cada tronco? ¿Es que no oye usted sus voces?...La posesión de almas vivas ha degenerado de tal modo a todos ustedes, a los que vivieron antes y a los que viven ahora, que ni su madre, ni su tío, ni usted misma, se dan cuenta que viven endeudados a costa ajena, a costa de aquellos a quienes no dejáis pasar más allá del vestíbulo...estamos retrasados en unos doscientos años, por lo menos; en realidad no tenemos aún nada de nada; no tenemos ninguna actitud definida ante el pasado, no hacemos más que filosofar, quejarnos de nostalgia o bien beber vodka. No obstante es clarísimo que para empezar a vivir en el presente, primero hay que expiar nuestro pasado, liquidarlo, y expiarlo se puede únicamente con sufrimiento, con un ininterrumpido y extraordinario trabajo. Compréndalo, Ania.
Ania: La casa en donde vivimos, ya hace tiempo que no es nuestra, y me marcharé de ella, le doy mi palabra.
Trofimov: Si tiene usted las llaves de la casa, tírelas al pozo y márchese. ¡Sea libre como el viento!.
Ania (entusiasmada): ¡qué bien está dicho eso!
Trofimov: ¡Créame, Ania, créame! No tengo aún treinta años, soy joven, aún soy estudiante, ¡pero cuánto he sufrido ya! Tan pronto llega el invierno, estoy hambriento, enfermo, preocupado, pobre como un mendigo. ¡Y adónde no me ha arrojado el destino, en dónde no habré estado! Pero a pesar de eso, mi alma, siempre, en cada minuto, de día y de noche, está llena de inexplicables presentimientos. Presiento la felicidad, Ania, ya la veo...