24.3.06

Hostel


Desde que -en lo que para los de mi generación es "la noche de los tiempos"-se estrenara Scream y arrasara en las taquillas de todo el mundo, el cine de terror, o quizá seria más apropiado hablar del cine de miedo, ya que el espectro de las emociones que se pretenden suscitar es bastante amplio y este último calificativo es más omnicomprensivo, ha vivido un auge similar al que tuviera allá por los años 20 y 30 del pasado siglo. Las temáticas y los públicos difieren no obstante de manera notable de una época a otra: si antaño se sustentaban en historias generalmente extraídas de la reelaboración que el romanticismo había llevado a cabo de los mitos y leyendas populares europeos para atraer el interés de un público mayoritariamente adulto y familiarizado con los argumentos, en los noventa el núcleo de materias que sostenían las producciones cinematográficas recurría a la descripción de sujetos y situaciones cotidianas en las que el mal irrumpía de mil formas diferentes, que iban de lo paranormal-la posesión demoníaca, ancestrales atavismos perversos transmitidos hereditariamente, etc-a lo inequívocamente real, en dos vertientes diferenciadas:la primera se relaciona con la banalidad del mal que se desencadena demoledor e implacable con las más triviales excusas-la venganza que la fea del instituto acomete con vesánica eficiencia sobre aquellas animadoras rubias, pechugonas, invariablemente lerdas pero con un fondo de humanidad bajo sus pompones amarillos y rosas, hacia las que siente un incontenible resentimiento por no haberla invitado al baile de Mary Jane, la capitana del equipo,por ejemplo-, mientras que la segunda se nutre de los por desgracia numerosos ejemplos de crueldad y salvajismo que proliferan al amparo de una sociedad globalizada vorazmente consumista cuyas ansias de deglución de estímulos no encuentra límite material, político, económico, ético y moral alguno. Es un público adolescente el que ahora forma el principal contingente que afluye a las salas de cine y que encuentra en estas historias el producto ideal, alejado de inquietudes culturales o aspiraciones metafísicas a la trascendencia del ser pero bien dispuesto a ponerse en el papel de los apolíneos protagonistas de estas películas en situaciones que les son familiares al encontrarse con ellas en sus grupos de amigos, en el instituto, en los telediarios que sus padres ponen a la hora de comer para llenar el silencio sin tener que pensar cómo hacerlo ellos mismos, o navegando por internet.
El salto entre los dos estilos no se dio en el vacío: las series b de los setenta y ochenta han puesto en ocasiones mucho más que un simple grano de arena, tanto en la estética y la temática como en la definición de los canales y públicos-Wes Craven nos inventó a todos y todavía me estremezco cuando evoco Elm Street-. Y tampoco ha renunciado el miedo actual, porque sería estúpido desperdiciar semejante arsenal, a los iconos del miedo clásico, fijado en el inconsciente colectivo precisamente gracias a sus adaptaciones para la proyección en pantalla grande, pues nadie en su sano juicio leería hoy a Bram Stoker, Mary Shelley y compañía; o cuando menos a sus atmósferas, que se pretenden sacadas de las narraciones de Blixen, Poe, Maupassant y demás tipos raros.
Hostel viene apadrinada por el mayor totem cinematográfico de la última década del siglo XX, el inefable Quentin Tarantino, y firmada por Eli Roth, autor de Cavin Fever, trabajo que gozó de una acogida favorable de crítica y público. Si le añadimos además la apostilla de "inspirada en hechos reales" tenemos todos los ingredientes necesarios para tirarnos casi de cabeza a la taquilla, para alegría de los productores. No sabemos si son verdaderamente ciertos los hechos en que se inspira la película-desearíamos que no-; lo que si es real es la existencia de la idea: Eli Roth tuvo acceso a través de un amigo a una página tailandesa en la que por 10.000 dólares usamericanos uno podía cargarse a un tipo con el consentimiento de éste, al parecer dispuesto al sacrificio para poder así paliar la situación de extrema miseria de su familia.
La historia en cuestión es la de Paxton y Josh, dos jóvenes californianos que afrontan seguramente el que sería su último viaje de juventud y optan por hacerlo por la vieja Europa; durante el trayecto conocen a un simpático islandés que se unirá a ellos en su búsqueda de placeres carnales, experiencias lisérgicas y aventuras etílicas. En su periplo dan con un misterioso tipo que les promete el paraíso de las huríes en un hostal perdido de un pequeño pueblo eslovaco, adonde los protagonists se lanzan sin la menor vacilación y en el cual encontrarán, tras una primera gratificante toma de contacto, la más escalofriante y aterradora experiencia de sus vidas.
Evidente es que no se trata de la revolución argumental, lo que tampoco hace falta para realizar buenas peliculas. Pese a lo que pudiera parecer-el propio cartel lo predica elocuentemente-no se sumerge al espectador en una casquería gratuita antes de calentar el asiento. Respeta de manera escrupulosa el esquema tripartito de "planteamiento-nudo-desenlace", de forma que primero conocemos a los protagonistas y seguidamente nos adentramos, sin morosidad pero sin precipitación, en una atmósfera opresiva, inquietante, de estímulos contradictorios -la belleza ofrecida con sospechosa generosidad y prontitud-, de señales alarmantes inconscientemente desatendidas. Como en toda producción hollywoodiense de este tipo que se precie hemos de contemplar la dosis del "prejuicio usamericano": todo lo que no sea el país de las barras y estrellas es potencial tierra de atraso y barbarie. Y, no sabemos si como tributo al área geográfica que más y mejores senderos de indagación audiovisual y narrativa está desbrozando o como mera muestra de exotismo, aparecen las últimamente inexcusables muchachas asiáticas por medio -que en mi opinión aportan, todo hay que decirlo, junto con uno de los cebos, Natalya, interpretado por la guapísima Bárbara Nedeljakova, lo más sólido en la parcela interpretativa, quizá no tanto por técnica como por presencia escénica-.
Al final no se asiste a ningún holocausto caníbal ni nada que se le asemeje, aunque no es ninguna nimiedad tampoco lo que se muestra, y la resolución es correcta: un final tan previsible como contundente.
Un entretenimiento más, poco recomendable para los estómagos hipersensibles pero que no saciará a los más avezados buscadores de vísceras, que satisfará moderadamente a la mayoría y que ninguno recordará al poco tiempo por otra cosa que no sea por un "aquella en la que tenía algo que ver Tarantino".
Yo, personalmente, me lo sigo haciendo encima con Freddy y El resplandor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"se relaciona con la banalidad del mal que se desencadena " ??????

NSTR dijo...

El análisis de la película es largo (denso que dicen las personas cultas como tu, pero vamos, yo fiel a mi cultura seguiré diciendo "largo" para que veas que no me han cambiado en Oxford), aunque merece la pena leerlo.
Tengo que reconocer que tras leerlo me ha entrado un no-se-que invitándome a ir al cine, el caso es que aun sabiendo que no vas a comisión, los publicistas, autores o editores deberían pasarse por tu sitio, ya que estoy seguro de que tus palabras tienen mucha mas miga que las de "famosos" críticos de cine, y que quede bien claro que no tengo nada en contra suya, pero todo sea dicho: Muchas veces las críticas se convierten en una simple opinión del tipo "muy recomendable" y poco más.
Bueno espero que todo vaya bien por la piel del toro, que ya me despido.

Anónimo dijo...

Tenias razon wapeton, lo siento :S