3.3.06

Fragmentos de Kertesz

Con Kaddish para el hijo no nacido el escritor húngaro Imre Kertész concluía su trilogía conocida como de la "ausencia del destino",tras Sin destino y Fiasco. Kertész, superviviente del Holocausto, más que un novelista es un intelectual que reflexiona con serena lucidez sobre el sentido de la existencia del hombre que se enfrenta al día después de la consumada aniquilación de la Humanidad, tal y como era entendida en el mundo de ayer, diría Zweig, y como en buena medida hemos tratado, a duras penas, de recuperar, que supusieron los acontecimientos de 1914-1945. Al contrario que en sus anteriores obras la sutil pátina de ironía y hasta cierto punto desapasionado distanciamiento desaparece de las páginas de esta novela, donde el terrible peso del conocimiento y la experiencia de la barbarie se desploma con una crudeza necesaria, arrojándonos a la cara la más lúgubre conclusión. Quizá podría sintetizarse el universo moral en el que parece transitar la escritura del Nobel de literatura en una cita de Calderón que vuelve a encontrarse en Liquidación: "el delito mayor del hombre es haber nacido".

“...tocad más sombríamente los violines
luego subiréis como humo en el aire
luego tendréis una fosa en las nubes
allí no hay estrechez” Paul Celan, Fuga de la muerte

“...mi locuacidad acostumbrada y odiada, que me viene sobre todo cuando quiero callar y que en esos casos no es más que un callar en voz alta, un silencio articulado...”
“...la naturaleza perpetua del poder, del poder perpetuo que no es ni necesario ni innecesario, sino sólo una cuestión de decisión, de una decisión tomada o no tomada en las vidas individuales, la naturaleza del poder que no es ni satánico, ni de una complejidad turbia y fascinante, ni terriblemente cautivador, no, sino común y corriente, ruin, asesino, estúpido e hipócrita y que incluso en los tiempos de sus logros más grandes sólo está bien organizado(...) Y dejad de decir por fin, dije con toda probabilidad, que Auschwitz no tiene explicación, que Auschwitz es el producto de fuerzas irracionales, inconcebibles para la razón, porque el mal siempre tiene una explicación racional, es posible que el propio Satanás sea irracional, como lo es Yago, pero sus criaturas sí son racionales, todos sus actos se derivan de algo, igual que una fórmula matemática(...) lo verdaderamente irracional y lo que en verdad no tiene explicación no es el mal, sino lo contrario: el bien. Por eso mismo , hace tiempo que ya no me interesan los Führer ni los cancilleres ni los demás usurpadores de títulos, por muchas cosas interesantes que sepáis decir sobre su mundo psíquico, y en vez de la vida de los dictadores hace tiempo que sólo me interesan las vidas de los santos, por cuanto las considero interesantes e inconcebibles y no les encuentro ninguna explicación racional...”
“No creo ni puedo imaginar que esta negatividad me sea innata, que sea una suerte de deficiencia, porque cómo explicaría entonces mi apego obsesivo a ciertas pequeñas propiedades (libros) o precisamente a mi propiedad más importante: a mí mismo, el hecho de que siempre protegiera esta propiedad considerada por mí la más importante, de un lado, contra cualquier forma de autodestrucción práctica y, de otro, contra la seducción barata e impúdica de toda idea de colectividad-también incluible, dicho sea de paso, entre las formas de autodestrucción-...”
“Sí, el “sentirse un extraño” significa estar-abocado-a-lo-extraño, un estado que, sin embargo, no contiene ni el más mínimo elemento de fantasía, ni una pizca de imaginación desbordante y liberada, y se limita a torturar con el aburrimiento de la rutina y la cotidianeidad, sí, pues es la carencia total de un domicilio que, no obstante, no conoce ningún hogar que yo haya abandonado ni anuncia uno que me espere, como sería(...), por ejemplo, la muerte. En tal caso, me respondía cada vez, debería creer en el más allá, pero lo chocante es precisamente que ni siquiera soy capaz de creer en este mundo...”
“...que cuanto hago y me sucede, que mis estados y cambios periódicos de situación, que toda mi vida en general -¡Dios mío!-sólo me sirve de instrumento para conocer mi sucesión de conocimientos: mi matrimonio, por ejemplo, de instrumento para conocer mi incapacidad para vivir en matrimonio.(...) cuando contraje matrimonio, cosa que hice sin duda, como veo ahora, con el único fin de autoliquidarme, lo contraje, eso creía yo al menos, por el futuro y por la felicidad de la cual mi mujer y yo hablamos-tantas veces y de manera tan cautelosa, aunque también convencidos y decididos- como de un deber secreto y casi duro, impuesto a nosotros mismos con sumo rigor.”
“...recuerdo que sólo me hacían hablar la agitación y la locuacidad(...)y también la impresión de que, por muy extraño e inhabitual que pareciese, esa mujer(...) que caminaba a mi lado se interesaba por mis palabras.”
Cita de Nietzsche: “quien no puede asentarse en el umbral del instante, olvidando todos los pasados, quien no es capaz de detenerse en un punto como una diosa de la victoria, sin vértigo ni temor nunca sabrá lo que es la felicidad y, peor aún, jamás hará feliz a los otros.”
“...la felicidad es tal vez demasiado simple para escribir sobre ella(...)pues la vida vivida felizmente es una vida vivida mudamente, escribí. Descubrí que escribir sobre la vida equivale a pensar sobre ella, que pensar sobre la vida equivale a cuestionarla, y que solo cuestiona su propio elemento vital aquel a quien este elemento asfixia o quien de alguna manera se mueve en él de un modo contrario a la naturaleza. Descubrí que no escribo para buscar la alegría sino todo lo contrario: que por medio de la escritura busco el dolor, el dolor más intenso, casi insoportable, seguramente porque la verdad es dolor, y la respuesta a la pregunta sobre qué es el dolor, escribí, es muy sencilla: la verdad es lo que consume, escribí.”
“Para que podamos amarnos y sin embargo seguir siendo libres, aunque soy muy consciente de que ninguno de los dos podrá escapar al destino del hombre y al destino de la mujer, respectivamente, y que por tanto seremos partícipes del tormento que nos impuso una naturaleza misteriosa y, a decir verdad, no demasiado sabia: así pues, volverá a ocurrir que yo estiraré la mano hacia ti y desearé, desearé única y exclusivamente que seas mía; y al mismo tiempo, o sea, cuando tu también estires la mano y ya seas por fin mía, frenaré tu entrega para preservar aquello que considero mi libertad...”
(Sobre la figura del padre)”Su relación conmigo era probablemente tan angustiosa como consigo mismo, y él sin duda la calificaba de amor y la tomaba por amor, y de hecho lo era, siempre y cuando aceptemos esta palabra con todo su absurdo y prescindamos de su contenido despótico..., escribí. En el internado me relacionaba con una ley para mí temida pero en ningún caso respetada. De hecho, tenía el rostro de la fortuna, podía caer sobre mi o favorecerme, pero en modo alguno afectaba a mi conciencia: sólo bajo el yugo del amor me convertí en verdaderamente culpable.(...) No sabía si, a despecho de todo, en contra de todo y con independencia de los múltiples y ambiguos significados de la palabra, lo quería, respondí a mi mujer cuando me lo preguntó, y era además difícil saberlo por cuanto, enfrentado a infinitud de reproches y exigencias, siempre sabía, sentí y notaba o, mejor dicho, debía saber, sentir y notar que no lo quería o al menos que no lo quería bastante, y como no podía quererlo, probablemente tampoco lo quería, dije a mi mujer, y a mi juicio, le dije, era también lo correcto y previsto, para expresarlo de una forma más o menos radical, ya que así y sólo así, dije a mi mujer, podíamos establecer una existencia conforme al esquema ideal. El poder es incontestable como incontestables son sus leyes que rigen nuestras vidas, pero nunca podemos cumplir estas leyes de una manera total: siempre somos culpables ante el padre y ante Dios, dije a mi mujer.(...) Y aunque, por mucho que me esfuerce, no sé si lo quería, sí es cierto que a menudo lo compadecía sinceramente, de todo corazón: pero cuando derribaba al poder paterno, a la autoridad, al dios, poniéndolo en ridículo y compadeciéndolo por ello-en secreto, siempre en el mayor de los secretos-, no sólo él-mi padre- perdía su poder sobre mí, sino que yo también caía en una soledad estremecedora, dije a mi mujer. Necesitaba al déspota para que se restableciera mi orden mundial(...)Auschwitz, dije a mi mujer, me pareció más tarde una mera exacerbación de las virtudes para las cuales me educaron desde la infancia. Sí, allí, en mi infancia, con mi educación, empezó mi imperdonable quebrantamiento, mi supervivencia jamás sobrevivida, dije a mi mujer. Era un miembro moderadamente aplicado y no siempre intachable de la conspiración táctica dirigida contra mi vida, le dije. Auschwitz, dije a mi mujer, se me presenta en la imagen del padre, sí, las palabras del padre y Auschwitz producen en mí las mismas resonancias, le dije. Y si es cierta la afirmación de que Dios es un padre encumbrado, entonces Dios se me manifestó en la imagen de Auschwitz(...)en ese momento mi mujer parecía creer que, después de haber dicho, soltado, vomitado cuanto había dentro de mí, también me había liberado de todo, sí, como si pudiera liberarme de todo eso, como si alguien pudiera liberarme, pensaría, pensé al observar en ella algunos intentos desde luego vacilantes de acercarse a mí, de acercarse a mí mostrándome comprensión. Yo por supuesto me resistía; por supuesto no podía tolerar ninguna comprensión, que en realidad sólo habría confirmado mi sometimiento.”
“A veces todavía me arrastro por la ciudad como una comadreja roñosa después del gran exterminio. Alguna voz o una imagen me despiertan, como si los recuerdos reprimidos barruntaran y asediaran desde el más allá mis sentidos atrofiados y encallecidos. Me detengo aterrorizado a la vera de una casa o en una esquina, husmeo con las ventanas de la nariz ensanchadas, espío alrededor con la mirada asustada, querría huir, pero algo me retiene. La alcantarilla borbotea bajo mis pies, como si la corriente sucia de mis recuerdos quisiera salirse de su cauce oculto y arrastrarme. Que así sea; estoy preparado. Con un último gran esfuerzo he mostrado todavía mi vida caduca y tozuda-la he mostrado para emprender luego el camino, llevando el hato de la vida en las manos levantadas, y, como si fuese en las aguas negras y crecidas de un río oscuro,
sumergirme,
¡Dios mío!
Déjame sumergirme
De aquí a la eternidad
Amén.

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